En su último libro, la escritora bonaerense se pone el traje de haijin estableciendo lazos con la tradición inaugurada en “El sol y yo” y continuada en sus afamados microrrelatos.
Hablar de Ana María Shua nos enfrenta a un oxímoron: trayecto extenso en la brevedad. Poeta, cuentista y novelista, es una de los referentes mundiales en el universo de los microrrelatos. Traducida a quince idiomas, recibió distinciones como la Beca Guggenheim, el Premio Konex de Platino, el Premio Nacional de Literatura y el Premio Internacional Arreola de Minificción.
Su última obra, “No son haikus” (Emecé, 2024) tiene el vigor del reencuentro con su primera publicación. Afincada en la poesía, y por ello alineada con su debut editorial (“El sol y yo”, 1967), la producción más reciente la aproxima a otros exploradores del haiku como Matsuo Bashō y Octavio Paz. Justamente fue este último quien escribió por ahí esta sentencia: “Esto que digo / son apenas tres líneas: / choza de sílabas”.
Eso que había escuchado
Schoua es el apellido del padre sefaradí de Ana María. Su abuelo nació en Beirut. Asquenazi por el lado de su madre. Abuelos (zeide, bobe) de Polonia. Precisamente por el lado de los Szmulewicz comenzó a recibir poesía. Desde muy chiquita y a través de Musia, su tía materna.
Poeta, cuentista y novelista, Shua es una de las referentes mundiales en el universo de los microrrelatos.
Musita le decían. ¿Reponiendo, sin querer, los susurros y murmullos inscriptos en el verbo? Vaya uno a saber. La tía fue alumna de Abogacía y pensó que estudiar Declamación le iba a ayudar a superar la timidez. Así la recuerda al día de hoy su sobrina: “Cuando tenía 3 o 4 años, ella me sentaba en un banquito y declamaba para mí a los poetas más sonoros de la lengua española. Yo me quedaba fascinada escuchándola. Cuando empecé a escribir, empecé a escribir eso que había escuchado. No lo que leía”.
Estaciones
No fue hasta el año 2006 que comenzó a elaborar sus haikus. La delata el archivo de Word. Entonces, su conocimiento del terreno era, en todo caso, exploratorio e incluía los haikus de Octavio Paz y Mario Benedetti y los no haikus de Borges. “Yo creo que lo que me decidió a empezar a escribir haikus fue un libro de Alberto Silva (‘El libro del haiku’). Tiene una introducción teórica muy importante sobre el género y trae, además, una preciosa antología de autores japoneses tradicionales”.
Shua tenía noción de la alineación de las diecisiete sílabas al ritmo 5-7-5. Pero leyendo advirtió que no bastaba con eso. El espíritu del haiku supone entre otras presencias claves la de la naturaleza. En su análisis extrajo algunas conclusiones: el haiku excluye la metáfora (“algo muy duro para un poeta”) y tiene una relación intensa con las estaciones del año. Pero, “en japonés hay una cantidad de listas de palabras tradicionales que están automáticamente relacionadas con cada una de las estaciones del año. Nosotros no tenemos nada parecido. Podemos decir: hoja seca-otoño, verano-golondrina. Pero no mucho más que eso”.
“No son haikus” fue un clic en la mirada de Shua.
A diferencia de los haijines, la entrevistada reconoce ser “muy poco observadora”. “Puedo caminar siempre por las mismas veinte cuadras sin ver nada de lo que hay alrededor mío”. “No son haikus” fue un click en la mirada de Shua. “A partir de que me lo propuse empecé a mirar. Miré para arriba. Miré para abajo. Miré para el costado. Miré los árboles. Miré la gente que pasaba. Y fui descubriendo todo lo que la mirada me podía aportar. Para mí fue revelador”.
Eso se percibe en los primeros textos del libro, más intimistas, que tienen que ver “de una manera más directa” con los asuntos humanos. Mientras que, de a poco, “van apareciendo el exterior y un paisaje urbano”. Soy una rata de cemento, cuenta cerca del final disparando una postal veloz (rata de biblioteca). Haciendo surfear, a la vez, cada palabra sobre el mar de una risa que se desborda.
Terrible sensación
Árboles, pasto, gente, trapos, perros muertos. Las palabras verbalizadas por Shua se caen de sus ojos. “Estoy segura que la intención profunda del haiku está basada en los objetos o en los elementos concretos que uno ve en la naturaleza, en el paisaje humano o en donde sea”, expone la narradora y poeta. “En el haiku no hay palabras que aludan a cuestiones generales como el honor, la alegría, la emoción. Todo eso puede estar pero hay que poder transmitirlo a través de los elementos físicos”.
Al interior de “No son haikus” se desgrana una gran preocupación: el paso del tiempo. Y es apuntalada desde temáticas como la intimidad, la maternidad (como madre y como hija) y, claro, la muerte. “La caducidad de la vida es la esencia final de toda la literatura, no solamente del haiku, del no haiku o de los poemas breves o largos. Somos seres finitos. Creo que todo el arte o toda la literatura está encarada a transmitir esa terrible sensación que nos modela. Todos sabemos que ninguna historia humana termina bien”.
“La caducidad de la vida es la esencia final de toda la literatura, no solamente del haiku”
Ana María se vale de la miniaturización para llevar a su máximo potencial el haiku, graficando simultáneamente el poder destructivo de los hombres. Hay dos ejemplos en la misma hoja. El primero: “Pescado en lata / que fue señor del mar, / que fue sirena” (p.27). El segundo: “Selva cerrada / mañana tropical / en mi cantero”. Shua relata al respecto: “Desde que existe la cultura, la naturaleza ha estado perturbada e invadida. Nosotros lo hacemos en escala industrial. Nunca lo pensé como una denuncia, simplemente lo vi y lo conté”.
50 años
No olvidar: “No son haikus” está dedicado a Silvio Fabrykant. Silvio es el fotógrafo detrás de la imagen de Gilda convertida en estampita. Desde el sábado 1º de junio de 1974 es el compañero de vida de Ana María Shua, como fija ella en la entrada al libro. ¿Usted dice que ella se acordará de ese día? “Claro que me acuerdo”, responde con los ojos brillosos. “Yo abrí la puerta de calle y había un señor esperándome abajo. Un muchacho con un pullover gris de cuello volcado apoyado en un autito. Ahora no me va a salir la marca del auto. Era azul jajaja. Nos habíamos hablado por teléfono, nos presentaron unos amigos. Ahí empezó todo y siguió. Las bibliotecas se mezclaron. Por suerte nunca más las tuvimos que separar”.
Foto de portada: Silvio Fabrykant.
Publicado el 12 de agosto de 2024 en El Litoral.

