Camila Sosa Villada: “Soy escritora a pesar mío”

Camila Sosa Villada: “Soy escritora a pesar mío”
La escritora cordobesa agrega una nueva fórmula a su hechizo lingüístico con textos que oscilan entre lo autobiográfico y revelaciones de psicoanálisis. En diálogo con leonardopez.com.ar, profundiza en los ejes de su último libro.

Camila Sosa Villada es una escritora, actriz y guionista nacida en Córdoba. En 2009 estrenó su primer espectáculo, “Carnes tolendas. Retrato escénico de una travesti”. Es autora de “La novia de Sandro”, “El viaje inútil”, “Las malas” (premios Sor Juana Inés de la Cruz 2020, Finestres de Narrativa 2020 y Grand Prix de l’Héroïne Madame Figaro 2021), “Tesis sobre una domesticación”, “Soy una tonta por quererte” y “La traición de mi lengua”. Ha sido traducida a más de veinte idiomas. En 2023 protagonizó la adaptación al cine de “Tesis sobre una domesticación” junto a Alfonso Herrera.

“La traición de mi lengua” (Tusquets, 2025) es su último libro de relatos y poemas, publicado por Tusquets. En diálogo con El Litoral, la artista exploró los orígenes de su vínculo con la escritura, habló de la influencia capital de Juan Forn en su vida, se refirió a la música que la cautiva y se metió de lleno en los puntales de su flamante obra.

Insubordinada

“Algunos textos esbocé entre 2010 y 2011, después de ‘Carnes tolendas’. Otros son más inmediatos a la publicación”, comenta desde Córdoba. “Los textos que decidí rescatar del pasado tuvieron que ver con lo que estaba hablando en análisis y con mi relación con el lenguaje. Algo empezó a suceder al resolver cuestiones más elementales de mi vida. El análisis cobró un sentido. Salvo que sea algo muy específico que me está superando, yo voy a hablar y a dejar que salga. Es realmente un privilegio de clase poder pagar para que tu inconsciente se exprese. No es una contingencia, es el mismo lenguaje el que va orientando el análisis. Por eso hay tanta pregunta sobre la palabra, sobre la diferencia entre lengua y lenguaje. Tanta cosa onírica de esas brujas que se caen a la siesta de calor en la casa de la madre de esa nena”.

“Me cuesta hacer lobby. Hago todo lo contrario, que es caerle mal a la gente”, admite Camila.

Camila juega con las palabras. Hay aliteraciones que balancean a quienes leen por una colina de sentidos y sonidos. “Mocoso sonso, tus sollozos”, escribe en tono Gieco (“Ojo con los Orozco”). También se aprecia este viaje: “Tu yegua baya, la que te lleva y trae por el monte”. Juego hermoso que nuestra mente elige leer con “v”, como si fuera un imperativo de ir. Sosa Villada refuerza esta idea: trabaja la tierra del lenguaje regando las palabras. Lo justo, para que no se ahoguen. 

“Leo en voz alta”, dice. De hecho, la edición junto a Paola Lucantis tuvo esa impronta. “Paola vino a casa tres días. Compramos unos Chardonnay, unos quesos deliciosos y nos sentamos frente a frente con las computadoras. Me dijo: leé. Y leí. Iban apareciendo solas las músicas. Hay algo de la musicalidad que, tal vez, si no fuera actriz se me escaparía. Como soy actriz, sé que hay que decirlo después. Hacés una subordinada, después otra y otra… ¿Cómo se lee esto? Esa es una manera de repeler algunos lectores de tu obra. Así que siempre estoy leyendo y tratando de que haya menos subordinadas”.

Es un laberinto

La puerta se abre. Entramos a la habitación de las correcciones. “Es lo más lindo de escribir un libro”, apunta Camila mientras atiza el faso y espira. Tanto en “La traición de mi lengua” como en “La novia de Sandro” -hermanas de estilo: estilo misceláneo-poético-, ella maneja con delicadeza la tensión entre lo que se decanta (vómito, catarsis) y el pulimento (la elegancia, el sonido justo). ¿Cómo llega a ese punto? “La verdad que no tengo la menor idea”, responde. “Es un laberinto. Justo hablé sobre esto en análisis, ¿sabés? Un libro es un laberinto y adentro, si te perdés, te espera un minotauro. La única salida es la palabra”.

“No me preocupa que sobren las palabras, que se repitan.»

En el final de esta obra, Sosa Villada apunta: “El hilo de Ariadna no es más que el susurro de nuestras madres imponiendo su lengua. No quieren que seamos decorados por la bestia, nos necesitan fuera del laberinto. El lenguaje es el caballo de Troya con el que sujetan la ferocidad del corazón” (2025:87). Aquí lo retoma, volviendo a algo que ya señaló en “El viaje inútil”: que la literatura siempre son los padres. “Hay algo del orden de lo instintivo que hace que vos vayas a una palabra, a un tipo de musicalidad en específico. Que viene de tu vieja. ¡Es al pedo! Te cantan canciones de cuna, te retan, te aconsejan, te decepcionan, te demandan. Porque no sos lo suficientemente buena hija, porque quieren ocupar tu lugar, porque quieren que les devuelvas algo de lo que ellas te dieron. Así que, bueno, me pierdo, y a veces me come el minotauro. Me mata. He tirado a la mitad libros con setenta o ciento y pico de páginas porque me comía el minotauro. No sabía cómo hacer para salir de ahí adentro”. 

La vida ajena

Camila no descarta volver a esos libros que quedaron por la mitad. Porque sabe que toda su obra ha nacido a partir de anotaciones en un cuaderno. “Parezco improvisada y loca, pero soy bastante prolija”, suelta. “Sé adónde están mis archivos y sé de qué se trata cada título. Mis cuadernos están ordenados cronológicamente, los tengo todos acá”, explica señalando un mueble que está detrás de su humanidad. 

Escribir a mano, además, le permite una primera corrección vital: el paso de la hoja a la pantalla. “Podría ser un poquito más civilizada, tomar notas en el celu, pero hay un paso que te ahorrás. Y te reís de vos misma también. A veces me pierdo en un libro, no estoy preparada en ese momento para escribirlo. Intentar dominar un libro es una estupidez. Eso no se gana con fuerza, se gana con lenguaje. (Como tantas otras cosas en este país que no vamos a ganar con fuerza ni haciendo fuerza). Si veo que me resulta imposible lo suelto, en algún otro momento volveré”.

“Un libro es un laberinto. Intentar dominarlo es una estupidez”, explica la autora de “La traición de mi lengua

A lo largo de “La traición de mi lengua”, la autora disemina sus criaturas. Dice, por ahí, que sus lectores son las criaturas. Pero también dice que no quiere traer criaturas al mundo. Postula que quiere parir la noche y que la única vida que puede gestar es la de su erotismo. Y corona -aunque no es técnicamente una conclusión porque el orden de estos versos fue alterado a los fines de la nota- expresando la vergüenza por admitir que a veces odia las criaturas que escribe. ¿De dónde saldrán esas criaturas, Camila? ¿Por qué será que sentís como criaturas a tus textos, a tu comunidad lectora? “Porque soy escritora a pesar mío, eh”.

-¿A pesar tuyo?

-Bueno, no sé si me gusta hacerlo. Hay veces que sí, hay veces que no. Lo mismo me pasa cuando trabajo como actriz. Pero, ¿viste?, ser escritora es un trabajo que sucede las veinticuatro horas. Acontece constantemente. Vos estás escribiendo en tu cabeza lo que ves, lo que pasa a tu alrededor, la temperatura, leyendo una escena en la calle, escuchando una conversación. La escucha de los escritores no se cierra nunca. Es un sentido involuntario. No podés cerrar los ojos. Está pasando todo el tiempo. Así que no sé cómo se vive de otra manera.

-Es la figura del observador paranoico. O del escucha paranoico.

-Ay, la escucha paranoica jajaja ¡Qué espectacular! Se supone que es paranoia si no pasa. Si te están cagando, no sos más un paranoico. ¿No?

-Si es un hecho…

-Y el hecho es la escritura. Este vicio enfermo de la vida ajena. Encima, vas escribiendo todo lo que te pasa adentro: todos los pensamientos y las emociones inmundos más los esplendorosos. Si no pasa al hecho, supongo que terminás alimentado por un ciego sordomudo en un altillo.

Al hueso

Consultada por este medio sobre el imperio de la brevedad en su último libro, María Moreno reconoció tener la ética del escritor costumbrista Eduardo Gutiérrez en sus folletines. Reenviada a Camila Sosa Villada, la pregunta rebota, primero, en elogio hacia la maestra del periodismo cultural argentino. “María Moreno es espectacular. ¡Ese vozarrón! La semana pasada vi una foto de ella en silla de ruedas, con Ana Laura (editora) en bicicleta. Mi vieja rockera. ¡Ay, la amooo!”.

Luego del introito, la escritora cordobesa reconoce que no le preocupa “que sobren las palabras, que se repitan”. Dice en fila tres veces la frase “no me preocupa” como para dejar en claro, en un mantra con coherencia y clase, que le gustan las reiteraciones a lo Joan Didion. “La Didion”, como le dice Camila. 

“Estoy decepcionada con la tierra prometida».

“Pero también me gusta esa frase que, de alguna forma, dice lo que tiene que decir y te rompe en veinte mil pedazos”, explica. “Ahora estoy en un momento en el que no puedo leer nada nuevo porque me distraigo. Pero sí puedo leer cosas que ya leí antes. Y agarré ‘Reloj sin manecillas’ de la Carson McCullers. ¡Mirá lo que hace esta mina! No le sobra nada. Esa es la magia de la escritura. La economía la hace el lector, no el escritor. Te puede volver loca una subordinada dentro de otra subordinada dentro de otra subordinada como las que hace Joan Didion o [Bernard-Marie] Koltès. O te puede volver loco que diga: ‘Volvemos al apartamento. Somos amantes. No podemos dejar de amarnos’, como dice la [Marguerite] Duras”. Repeticiones que remiten a la poesía. “Es la forma más limpia que existe para escribir. Porque es como una flecha. Tiene que entrar y sorprenderte. No te puede ir avisando que te va a coger una frase. Eso también fue algo que aprendí con Forn. ‘Andá al hueso’, me dijo”.

Camila arribó a Juan Forn a través de “María Domecq”. A su libro favorito llegó acompañada por las columnas de Página/12, especialmente a “su mejor contratapa”(Trece maneras de decir Martha). Ni ella ni yo lo advertimos pero mientras avanza la respuesta, Argerich se encuentra celebrando sus 84 años. Ese texto de Forn la fascinó. “Contrariamente a la columna que escribió sobre mí, que no me gustó”, vuelve Sosa Villada alargando la risa. “Me va a mover la pata de la cama. ¡Ay, qué bombón! El otro día encontré la foto de la noche en que nos conocimos”. 

-¿Dónde fue eso?

-Fue en un estacionamiento al lado de un bar en el que yo cantaba jazz con Agustín Albrieu [Llinás]. Hacíamos un espectáculo que se llamaba “Misa Negra”. Yo estaba sentada en el cordón de la vereda con un vestido de esos que uso yo, que no sabés si estoy vestida o desnuda. Tenía unos tacos de charol de 15 centímetros, aguja. Y un porro así en la mano. Él venía del estacionamiento. Alguien me dijo que me quería conocer Juan Forn. Yo dije: “¿Quién es Juan Forn?” Y aparece este bon vivant, este galán. Yo conocí pocos gentleman. Raúl Padilla [presidente de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y del Festival Internacional de Cine de Guadalajara] y Juan Forn. No conozco muchos otros tipos que adonde vayan caigan bien, gente “del rancho al cielo”, como dice Moria. Me habló, yo lo miraba, lo escuchaba. Fumaba el porro, le convidé. Después nos encontramos en La Cumbre.

Fue tan íntimo ese momento, nunca me salió ser advenediza. Me cuesta hacer lobby. Hago todo lo contrario, que es caerle mal a la gente. A mí no me molesta, al contrario me encanta. Porque si ya así hay un nivel de demanda enorme, no me quiero imaginar lo que sería si fuera Lali Espósito. O Messi. Ese tipo de fama hay gente que lo lleva espectacular, como la Mona [Jiménez]. La Mona es como el vecino de todos en Córdoba. Pero hay algo que la gente cree que vos sos que me resulta insoportable. No sé qué mierda es esto. ¿Qué le puede gustar a una persona de ser conocida, que te diseccionen, que te pongan en una piedra y cada uno venga a pegar su puñalada?No tengo más redes sociales. Esto ya no se aguanta. Algo del orden de lo público que se ha empoderado es espantoso. Mirá que yo estoy acostumbrada a ser conocida porque fui la única travesti en un pueblo de 5.000 habitantes. No había manera de que salga a la calle sin que alguien me conozca, me odie y me quiera exterminar. Pero a este nivel no supuse que podía llegar a joder tanto que a alguien le vaya bien. Sin saber si eso va a seguir siendo o no así: si vas a seguir vendiendo libros o no, si vas a seguir siendo la escritora que sos o te vas a dedicar a escribir cosas que no le gusten a nadie. Es como cuando Lola Dueñas [actriz que interpreta a Luciana Piñares de Luenga en “Zama”, película de Lucrecia Martel basada en el libro homónimo de Antonio Di Benedetto] le dice a Zama que la gente la juzga por cómo vive. “Son mentes menores”, le dice él. “Sí, pero abundantes”, responde ella.

Se fue la música

Llegando al final queda la acústica del hecho literario. Su sonoridad. “Para escribir me gusta la música de la ciudad”, cuenta Camila desde el centro mismo de Córdoba. “Acá hay una música que es como un noise que escuchaba cuando iba a la facultad. Me encanta el ruido, ese golpeteo, las marchas y los gritos”.

Igualmente reconoce una pérdida, una herida. “En un momento fui muy musical, al punto de no apagar la música cuando me iba de mi casa. Dejaba un disco repitiéndose al infinito hasta que volvía. Me daba pena dejar la casa sin música. Ahora soy peor. Escucho menos música. Leo menos libros. Veo menos películas. Entreno menos. Bebo más. Me drogo más. Quiero menos”.

Para colmo, sus dos cómplices musicales en Córdoba (Agustín Albrieu Llinás y Franco Dini) emigraron. “Sentí que la música se fue con ellos, me cuesta mucho volver a conectar con eso”. Empujada por el sabor amargo, la escritora vuelve a un punto clave en esta charla, sobre el pucho: “Estoy decepcionada un poco, ¿sabés?” Luego dice: “decepcionada de”, toma una distancia de cinco segundos, mutis por el foro, y practica el deporte de lanzamiento verbal: “Estoy decepcionada de haberme encontrado con la tierra prometida, con lo que ellos prometieron que iba a pasar si yo era buena. Y se me rompió el corazón, no lo puedo superar”.

Foto de portada: Sebastián Freire.

Publicado el domingo 15 de junio de 2025 en leonardopez.com.ar.