Encuentro multiplicador

Reflexión a propósito de la 21ª edición del Festival de Jazz de Santa Fe, publicada en «Apuntes de Jazz».

Santa Fe celebra una nueva edición, la 21ª, del Festival de Jazz. La ciudad, asociada en el imaginario colectivo al binomio cumbia-porrón, ha logrado en los últimos años expandir su paleta de sonoridades, para congregar, además, estilos como el rock, la música de los trombones y el jazz (por no hablar de disciplinas como el cine, el teatro y la literatura). 

En este contexto emerge el Festival, como un fenómeno cultural legitimado por el paso del tiempo y como un espacio multiplicador, en muchos sentidos. Por un lado, de los talentos de los músicos autodidactas o formados en escuelas e institutos (mención especial para el ISM y el Liceo) que despliegan sus habilidades en la improvisación aliados a sus pares, y exprimen del corazón de un género de herencia afronorteamericana, el swing y la expresividad en un juego de desplazamientos donde la creatividad marca el ritmo. Jóvenes y experimentados, entreverados en ensambles y ensamblines, confluyen en un diálogo intergeneracional, el cual no se agota en recitales, sino que abarca talleres y capacitaciones.

Puede que el jazz ya haya sido elogiado por muchos pesos pesados, como para pretender decir algo nuevo. Cortázar, por ejemplo, supo sumar a sus obras un tipo de composición libre e improvisada de ascendencia jazzera, y llegó a evidenciar su amor por el género, en “El perseguidor” dedicado a un tal Ch.P. (Charlie Parker). Pero aquí se trata de otra cosa: de dejar que el cuerpo se suelte, que los sentidos y la mente hagan asociaciones libres, y que fluya la imaginación. Recuperar la conexión primera. La que se siente al escucharlo y la que alimenta las complicidades de sus ejecutantes, como cuando la voz de Flopa Suksdorf pendula entre el ejercicio paciente y el frenesí al compás del movimiento de teclas de Francisco Lo Vuolo.

Además de los talentos, la vigencia del Festival de Jazz sirvió para multiplicar los espacios. Desde el año pasado, a la magia de los conciertos en pequeñas salas y grandes teatros, se sumó un circuito de centros culturales, bares y pubs. La multiplicación no fue solo de talentos y de lugares, también se fue tejiendo una nueva complicidad con otras disciplinas, como es el caso del cine (además de las proyecciones, se cuenta el documental que viene gestando el realizador local Luciano Giardino). Desde hace un par de décadas, hay en Santa Fe un movimiento que atraviesa las fibras íntimas del jazz. La música no puede quedarse quieta. Y el público, menos.

Foto de portada:

Publicado en marzo de 2018 en Cuadernos de Jazz (UNL).