El cantante sumó otro capítulo a la trilogía de conversaciones con leonardopez.com.ar. En esta oportunidad, dio algunas claves de lectura del último álbum, “Los lobos”.
Estelares lanzó oficialmente su décimo álbum de estudio, “Los lobos”. Fue tres años después de “Un mar de soles rojos” (2022), intervalo apaciguado por un tríptico de “sueltos”: canción nueva (“Hacerlo bien”), reversión de un clásico (“El gato que está triste y azul”) y de una pieza propia (“200 monos”, junto a Nacho Vegas).
En diálogo con El Litoral, Manuel Moretti (vocalista y compositor) se detuvo en el origen del concepto que titula la placa, los giros lingüísticos de las canciones, y la responsabilidad de cada uno de los intérpretes del conjunto. Lo hizo a semanas del regreso del grupo platense a Santa Fe (sábado 11 de octubre, Harlem Festival) y con presencia confirmada en Cosquín Rock el 14 de febrero de 2026.

La manada
Lo primero que hay que decir es que “Los lobos” repone el plural a la discografía estelar. En línea con placas como “Las antenas” (2016) y “Las lunas” (2019) que, además, prescinden de adjetivo o predicado. Para eso están las canciones, parece decir el gesto. Manuel tiene presente que primero llegó la canción que da nombre al álbum. “Me gusta cómo suena los lobos en plural. Me gusta lo que representan: manada, intuición, cuidado”, introduce en una conversación telefónica a la vieja usanza.
Sin abandonar la imagen de los cánidos, el artista se detiene ahora en el accionar del conjunto. “El mecanismo de la manada”, dice ¿citando? en las dos palabras finales un disco de Ariel Rot, “es una relación a través de los aullidos. Los que quedan solos pierden ese ejercicio, es decir, abandonan la comunicación. Las canciones son nuestros aullidos, el elemento que nos sigue reuniendo después de treinta años”. Vista en perspectiva, la canción “Los lobos” es una fábula vital que tiende redes subterráneas con otra máquina vital bautizada “Los lagartos mueren en familia” (“Las antenas”).
“Las canciones son nuestros aullidos”, afina Manuel.
El cantante oriundo de Junín destaca el trabajo coral reflejado en la discografía reciente de Estelares, con la participación de los siete músicos junto al productor Germán Wiedemer y el ingeniero Martín Pomares. “Todos los discos están buenos, pero los últimos tienen un audio más redondo e inspirado. Los últimos discos no son más de dos o tres ensayos. Nuestra relación artística con las canciones nos mantiene activos, lúcidos y contentos en una época en donde hay tanta oferta que existe el riesgo de que pase desapercibido. Hay algo que nos conecta con la creatividad y termina en el estudio casi siempre. Una responsabilidad de que cada uno de nosotros sea intérprete con el instrumento que se escucha en vivo, en la sala de ensayo o cuando vamos a grabar. En lo que me corresponde, estoy mucho más contento a partir de que Raúl [Cariola] me ordenó la voz. Ahora ha ido tomando el tono, incluso de la inserción en las canciones de la banda, por más que yo sea el autor”.
Esta perspectiva grupal encaja a la perfección con el concepto de la obra. “Porque, por más que sea gregario, el lobo anda en el universo del salvajismo. No, en el salvajismo no, su vida es del mundo natural. Algo así necesitamos en tiempos en los que pantallas y celulares se han metido en los corazones como pequeña desgracia”.
Aquella luz
Doce habitáculos tiene el álbum número diez de Estelares. “En la habitación se escucha el teléfono”, cantaba Manuel en uno de los primeros microhits que trufa “Ardimos” (2003). Dos décadas más tarde, se vale de un sinónimo para referirse al cuarto. Por eso, en “Escabio” imprime: “¿Ves aquella luz? ¿Ves aquella pieza encendida allí?”. Originalmente, confiesa el compositor, había escrito “habitación”. Giró la hoja entre compañeros de banda y allegados. Ganó “pieza”.
La canción continúa develando desde el suspenso: “¿Ves aquella luz? No hay misterios, sólo hay vidrios quebrándose”. Manuel sabe que está “narrando casi cinematográficamente”. Y apunta: “Son giros que me encantan, un ejercicio poético que me hace muy feliz. Hay una especie de descarga. Puedo representar el patrón de la frustración o del dolor con el crecimiento como persona -también la felicidad- y ponerlo con un poco de belleza en una canción escrita, nada más y nada menos, para mis padres. Como padres hacemos lo que podemos y eso impacta en cada uno de nuestros hijos como sea: el amor que salva y el amor que liquida”.
La polisemia inscrita en “pieza” brota en “araña”. Conviven arañas en el techo y arañas sin luz dentro de un sutil mosaico de sentidos. ¿Se produce un conflicto entre naturaleza y tecnología? O, en todo caso, ¿se entabla una cooperación poética entre los elementos lingüísticos? El toque maestro está en los detalles: falda de amor (en lugar de falta) y alas del mar (en lugar de olas).
En el camino a la obra, al concepto, Moretti no se limita a exprimir el jugo de las palabras, y avanza hacia figuras retóricas como la sinestesia. Llegando al clímax de “Zumba el viento” (uno de los ejes dramáticos del álbum junto a “Roma”), escribe: “dejé mis ojos contra la pared / y tu voz encandilaba”. Otro tanto, con un recurso que “cae” desde el universo de “Autobuses” (“Una temporada en el amor”, 2009) para variar la melodía: el silbido. “Vengo del mundo melódico-tanguero, ¿cómo no voy a andar silbando?”, dice Manu despachando cualquier tipo de duda sobre una de las filiaciones estelares.
En definitiva, se trata de elecciones que hace el autor al servicio de la canción. “Tienen explicación”, despliega Moretti. “Son como detalles de la intimidad. No cualquiera se da cuenta o las pesca; también son un montón de cosas que vienen de hace muchos años. Conforme pasa el tiempo, vas depurando la manera en que lo comunicás. Siento que es un gran crecimiento de la banda a todo nivel”.

Zelarayán
La mañana que hablamos prepara, sin saberlo nosotros, la muerte de Eusebio Poncela. El multifacético artista español brilló en el videoclip de “Rimbaud”, track de “El costado izquierdo” (2012) que homenajea al poeta francés, a la Facultad de Bellas Artes de la UNLP y a Jean Cocteau, entre las letras. Luego, en “Las lunas”, Moretti sumó al arcón de voces prestadas la de Juanele Ortiz. En este último álbum, es otro entrerriano el que llega a la narrativa del conjunto de La Plata: Ricardo Zelarayán (citado en el catálogo musical litoraleño por Los Bardos).
Consultado al respecto, la pluma detrás de “Las arañas” reconstruye el trasfondo de la cita. En los tiempos de “Una temporada en el amor” Manuel cenaba todas las semanas con Fabián Casas. “¿No leíste ‘La gran salina’?”, interpeló el autor de “Una serie de relatos desafortunados” (2025, Emecé). Con un sueño estremecedor de nuevos insumos y la palabra misterio entre los dientes, el cantante fue a devorar el texto. “Me pareció maravilloso: tiene una vibra medular espectacular. Y quedó latente en mi corazón. Después aproveché y entró perfecto en la canción, al lado de este ventanal”, relata con picardía al asentir que “ventanal” lo acompaña en el enhebrado de sus historias. “Además”, corona, “siempre que voy en el avión, haciendo Córdoba-Santiago del Estero, se ve la salina gigante a la que el genio le escribió estos versos”. Resuena -rizomático universo estelar- esa navidad en la que MM visionó el instrumento de cuerdas en medio del monte cordobés; nacía “Una guitarra”.

Barco perdido
Cada canción es un barco en este disco. Pali Silvera (parte del tridente histórico junto a Moretti y Torio Bertamoni) escribió en “Roma” estas líneas: “Enloquecido por los golpes recibidos en las aguas de los ríos que alimentan este mar”. En ese punto de cruce, entre el agua dulce y el agua salada, nacen los manglares narrados en “Las arañas”. Casualidad o no, dentro de la estructura musical de esta canción, el refrán se anuda al de “Un show”.
Manuel entiende que el mar y el cielo representan la inmensidad. “Una especie de descanso, de entrega. Aquí no está el sujeto: pertenecés a la naturaleza y a la oleada del cosmos”, explica. La figura del barco se renueva en “Los diablitos”, melodía que navega por el río Paraná. Cuenta el autor que la canción homenajea a un bar de Rosario manejado por el bajista de Killer Burritos, Eloy Quintana. En ese lugar Manuel se encontró con Roberto Pettinato el día que escribió “Los alerces”.
El barco perdido se solidariza con la historia, hace que esta avance. Se cocina a fuego lento una trama comunitaria del afecto (esperándote, buscándote) que se ancla, finalmente, en la figura adorada (“Ella”). Pero, ojo, la embarcación también retrocede. Así, el grupo compone su témpera mental, su pulso de vivir, con distintos trucos para traficar el pasado: traer palabras “fuera de estación” (emperifollada, engalanada, fenomenal), recuperar conceptos manoseados (por ejemplo: posar la mano sobre el costado izquierdo al pronunciar libertad), reinterpretar canciones de los primeros discos con el sonido de hoy.

(Des)conocida
En 2022, Andrea Álvarez Mujica publicó la primera biografía del grupo y en diálogo con leonardopez.com.ar vertió conceptos como el que titula la nota: “Estelares entiende que el formato de la canción trae la esencia de lo popular”. Hace un tiempo, el grupo es una fija en los festivales que pueblan el continente americano, con citas aseguradas en Harlem 2025 y en Cosquín Rock 2026. Manuel está feliz con el cariño y el reconocimiento del público. “Es espectacular”, dice. Pero, a la vez, desarrolla: “Tantos años de relativo prejuicio en mí tienen mella. A veces ando cargando con una cruz tonta, inútil, mi tara: Estelares es una banda muy conocida absolutamente desconocida. Por mucho tiempo, fueron más conocidas nuestras canciones que nosotros. Yo sigo teniendo dudas de cuánto se sabe de Estelares”.
“Nuestra relación artística con las canciones nos mantiene activos, lúcidos y contentos en una época en donde hay tanta oferta que existe el riesgo de que pase desapercibido».
Por esto resulta importante recuperar canciones que escribieron la “prehistoria”, hacerles justicia… poética. La última estación de “Los lobos” es una versión remozada de “Como cría de leopardo”, haciendo un pase de cánidos a félidos. Aterriza en 2025 desde el segundo álbum de Estelares, “Amantes suicidas” (1998). Últimamente, la pieza musical venía pidiendo pista y salía a la cancha en algún que otro show. “Mientras estábamos grabando el disco, la ensayamos una vez, fuimos al estudio y nos encantó cómo quedó. No es muy diferente a la anterior, pero con la interpretación de la banda ahora. Además, tiene el pedal steel de Maxi (Timczyszyn) de Guasones”, relata un Moretti contento. “Es una canción de nuestra época de folk rock. Estábamos escuchando a Tom Petty and the Heartbreakers, al Dylan eléctrico… el color de aquellos años… Ya más grandes, con muchos más escenarios y mejor calidad interpretativa, lo subimos al estudio y quedó buenísimo”.
Movimientos de este tipo son un clásico en el devenir estelar. Ya en “Sistema nervioso central” (2006) se coló, precisamente desde “Amantes suicidas”, el himno que bombea al final de cada recital: “El corazón sobre todo”. Lo mismo que “El último beso”, desde “Extraño lugar” (1996) trepó a “El costado izquierdo”. Justicia poética, ajá. Y un gesto atento, agradecido. Atento porque nace de la escucha de lo que pide la canción que, quizá, pueda sonar mejor cantada desde este presente. Agradecido porque valora y tributa la condición necesaria de aquellos primeros pasos sostenidos a fuerza de convicción para celebrar la actualidad de la manada.
Foto de portada e interior nota: Gentileza xfuturistico.
Publicado el sábado 20 de septiembre de 2025 en leonardopez.com.ar.

