El músico celebra uno de los álbumes icónicos del rock argentino, en el marco de su gira “Retrospectiva 1981-1985”. El sábado 16 de agosto se presentará en Santa Fe.
El sábado 16 de agosto, Miguel Mateos desembarca en Santa Fe en el marco de la gira Retrospectiva 1981-1985. El concierto que celebra los cuarenta años de “Rockas vivas”, uno de los álbumes-emblema de la cultura rock argentina, tendrá lugar a partir de las 21 en el Estadio Cubierto del Club Unión. Las entradas se pueden adquirir con tarjeta de crédito o débito a través de www.harlem.com.ar; también se encuentran disponibles en efectivo en la tienda del club (Avenida López y Planes 3553), de lunes a viernes de 11 a 19 y los sábados de 10 a 14.
En diálogo con leonardopez.com.ar, el creador de clásicos como “Obsesión” y “Bar imperio”, ahondó en la secuencia de conciertos que lo lleva a recorrer todo el país, luego de una gira por Estados Unidos y Canadá. Sobre el regreso a la capital de la provincia -donde presentó “Rockas vivas” en 1986, puntualmente en el estadio de la UTN-, Mateos expresó: “Nos tiene muy contentos, muy afilados, estar tocando en toda la República Argentina: ¡una locura total! Es un gran halago volver a Santa Fe, donde hace rato que no vamos, por lo que sé que representa culturalmente y a todo nivel la ciudad”.
Explosivo
“Rockas vivas” es el álbum en vivo más vendido en la historia del rock argentino. Resume las tres primeras placas de Miguel Mateos/Zas: “Zas” (1982), “Huevos” (1983) y “Tengo que parar” (1984). “El recuerdo no lo tengo porque fue todo un vértigo, fue tremendo”, introduce Miguel, pero acto seguido elige y ubica la palabra: convicción. “Yo estaba seguro de que si extractaba las mejores canciones de cada uno de esos discos, tendría ocho o nueve que me iban a dar un disco poderoso. Conté también con el convencimiento de mi productor en aquel momento, Oscar López. La elección de los temas fue caprichosa, discutimos con mi hermano Alejandro, que fue parte también de ese intríngulis. Y, sencillamente, quedaron las canciones que quedaron, pero se ensayaron todas”.
En este punto, el entrevistado se detiene a aclarar una zona gris que, de tan aparentemente obvia, a veces se pasa por alto y circula distorsionada. Nos referimos al escenario en el que se grabó “Rockas vivas”. “Mucha gente piensa que se grabó en el Luna Park. Pero se grabó en una serie de conciertos en el Teatro Coliseo, seis meses antes del Luna Park, donde se presentó finalmente ese disco. Íbamos a hacer un Coliseo, hicimos tres; íbamos a hacer un Luna Park, hicimos cuatro. Explotó el disco, explotaron todas las canciones”.
“Cuando empezamos a darle cuerpo al show, no imaginábamos el impacto que podía llegar a tener”
Entre las nueve piezas musicales que conforman el universo de “Rockas vivas”, hay tres que no vienen del pasado de Miguel, sino de ese presente. O algo así. “Perdiendo el control” es la única grabación de estudio, pero convive con otros dos temas nuevos, registrados en vivo, “Por una noche más” y “Mundo feliz”. El gesto resuena, homenajeado, en “Salir vivo”, álbum publicado en 2002 con canciones inéditas como la homónima, al que Mateos tiene “en un lugar muy atesorado” de su repertorio. Pero, “Rockas vivas” fue distinto, cuenta el cantante, porque tiene la connotación de los tiempos. “La retrospectiva 1981-1985 marca un tiempo de dictadura, pre-democracia y democracia. Fue un periodo intenso. Me pareció interesante remarcarlo con canciones que quedaron afuera pero que también son fieles representantes del periodo. Ver, en la búsqueda, por qué dejé atrás determinadas canciones que participaron de esa preselección. En este momento, mirando para atrás, elijo con otro criterio. Eso es lo que compone realmente el repertorio, la razón y el contenido del show. Tenemos un show muy especial, muy particular, muy explosivo”.
Frases contundentes
La discografía de Miguel Mateos propone siempre un cruce exquisito entre la crónica casi documental del presente y un amor incondicional al pop. En el interior de su obra, no hay ambages: lo personal es político. Sintetizador, sintético. Dos ejemplos, pastillas de acción inmediata: “Tengo a un ruso y a un yanqui dentro de mi habitación”. “Firmar la paz / andar desnudos”. Incluso, una sentencia lo emparenta directamente con el documentalista de nuestro rock, tutor de lo que entendemos por narrativa de la cultura rock, Moris. Cuando Miguel anuncia, en primera plana, que puede “acabar con el machismo argentino” suena “Escúchame entre el ruido”. También Pedro y Pablo. Para colmo, el trasfondo: Una guerra fría demasiado caliente; los estertores de la dictadura cívico-militar; el retorno democrático. En el medio, Malvinas. “Un flor de despelote para nosotros”, resume Miguel.
“Veo mucha gente joven que se acerca a ese tipo de contenidos a lo largo de estos shows, como una suerte de descubrimiento”
La duda sobre el método se incuba: ¿cómo se doblan sin romperse estas tensiones entre el adentro y el afuera en el escritor de canciones que van narrando, en vivo y en directo, un país? Mateos mira hacia arriba para desenganchar un recuerdo, una imagen. “Tenía un anotador”, dice. Ahí dejaba alguna idea mientras iba en un largo viaje de micro, durante una gira. O en su propia casa. Antes de la asistencia de las nuevas tecnologías, componía fundamentalmente así. “Yo estoy ahora en mi estudio en Liniers, y aquí atrás había un piano vertical, que era el que me había legado mi madre. Este era el comedor de mi casa”, sigue reconstruyendo.
Anotaba, subrayaba. Sigue anotando, subrayando. Frases sueltas. Todo el tiempo. “Soy un subrayador empedernido, serial”, dictamina. “Solía llevar cuatro o cinco libros en el equipaje, lo cual pesaba una tonelada. Ahora sigo haciendo el mismo trabajo en forma digital: subrayo y escribo a partir de ideas que me van saliendo. Después hago una especie de cuadro sinóptico, mezclo los globitos y armo el rompecabezas. Voy poniendo las letras de acuerdo a la partitura musical. Todas las canciones del período 1981-1985 están repletas de esas frases. La gente que hace el merchandising me sugirió poner en las remeras, en vez de un logo, las frases. Son contundentes. Esa fue siempre mi búsqueda”.
Un gran edificio
El adjetivo “empedernido” se recicla en la conversación y Miguel vuelve a ubicarlo, ahora, para definir su posición como lector. “No se puede escribir bien si no leés. Cualquiera puede escribir, pero si te dedicás a escribir… Yo he escrito un libro que tiene que ver con un proyecto que se llamó ‘Uno’, pero en general mis producciones pseudo literarias están contenidas en las letras para las músicas que hago. Es toda una artesanía. Creo que tengo un máster a esta altura de la vida en eso y he aprendido. También por la intuición, por dejarme llevar siempre por el feeling. Cuando la frase queda como un ladrillo dentro de una construcción, me doy cuenta que cobra sentido (es para las camisetas jaja). Pero, en realidad, lo interesante es que sean ladrillos que formen parte de un gran edificio. En este caso, cada canción es una construcción por separado”.
Hace treinta años, Miguel Mateos publicaba “Pisanlov”, un disco que encontró su nombre, justamente, en una frase suelta. En la firma de una fan al finalizar una carta dirigida al músico. Miguel, sus antenas, captó el nombre para una canción y un álbum. Un álbum que fue castigado con la censura en la Argentina por el mensaje de “Los argentinitos” (cada día más actual…) Pero la canción que titula la obra mencionada tiene una palabra, dos en alquimia, que tal vez bautice el método del autor: psicodelicadamente. En el punto exacto entre psicodelia y delicadeza, collageando un concepto, pareciera haber “alguien perdido encontrándose”.
“Lo interesante es que [las frases] sean ladrillos que formen parte de un gran edificio [las canciones]”
Consultado por las técnicas de escritura, Miguel responde, pícaro, con risa final: “Si me pongo a explicar racionalmente todo ese proceso me complicás la mañana”. Luego, avanza: “Lo dejo muy librado a la imaginación, al momento, a las musas, a la creatividad. Hay veces que no pasa nada. Yo sigo trabajando de la misma manera que trabajaba hace cuarenta años: poniendo un ladrillo sobre el otro. Suelo venir a mi estudio cuando no estoy en gira. O estoy en mi casa. Me dedico un tiempo a sumar cosas: una melodía, un grupo de acordes, una frase que escribí esperando un avión en un aeropuerto. Llego a casa, la veo y dispara algo, qué sé yo. Trabajo con esos disparadores, muy artesanalmente, hasta el momento en que lo académico aflora. Entonces tengo que organizarme armónica o métricamente pero, mientras tanto, es un torbellino de cosas que voy acomodando como puedo”.
(Re)descubrimiento
Miguel craneó la idea de viajar en el tiempo a través de sus canciones. La compartió, claro, con su hermano Alejandro, encargado de la dirección musical del grupo. “Es mi socio, my partner in crime, como dice Truman Capote”, relata emocionado. “Esta es una aventura de los dos. Cumplimos los mismos años de trayectoria y profesionalismo, hicimos juntos todos esos discos. Alejo es un soporte, una columna vertebral y lo sigue siendo hoy. No podría haber llegado hasta acá sin su ayuda. Aparte, es el primero que, en general, escucha lo que hago. Es mi gran juez, para decirlo de alguna manera. Y, fundamentalmente, es mi hermano”.
Cuando empezaron a darle cuerpo al show, los Mateos Bros no imaginaban la respuesta que tuvo y tiene. “Hay algo en esas canciones, sin dudas. Es el momento cúlmine de la banda, con el agregado de una sección de vientos. Parece mentira, los vientos tocan una sola nota: la trompeta, el saxo, el trombón no pueden hacer un acorde. Pero los tres juntos en forma armónica, en el momento oportuno, en el lugar adecuado, le agregan un impacto tremendo a la ejecución. Me encuentro con un show encantador, tal vez uno de los más potentes que yo haya puesto arriba de un escenario”.
“Alejandro es un soporte, una columna vertebral y lo sigue siendo hoy. Es mi gran juez, para decirlo de alguna manera. Es mi hermano, fundamentalmente”
El ejercicio de volver al repertorio clásico e inoxidable con distintos trajes es algo que nunca dejó de hacer Mateos. Muestras de ello son los registros que ofrecen “Primera fila” y “Miguel Mateos Sinfónico”. La sensación es que en cada re-encuentro, pasado un tiempo para no contaminar la mirada, aparece algo nuevo. También es un gesto de asumir el repertorio, Miguel lo sabe. “Antes tocaba sueltas, por ejemplo, ‘Un gato en la ciudad’ y ‘Un poco de satisfacción’. Son canciones que no puedo dejar fuera de mi repertorio. No las puedo dejar yo, tampoco la gente. Son parte de mi vida. Estoy descubriendo que, además, es significativo en cuanto al alcance masivo y, sobre todo, para las nuevas generaciones. Me pone contento porque es mi obra, en definitiva, la que ejecuto a lo largo de cuarenta años”.
Un bonus consabido es la recuperación de canciones que quedaron relegadas o no rankean en las plataformas digitales. “Del primer álbum rescato ‘Hijos del rock and roll’, una versión alucinante. ‘Es que si todos juntos tocáramos el timbre / no habría que salir corriendo’, cita. Te digo una frase que por ahí tiene que ver con la actualidad. Todos juntos”. Emergen otras como “Mujer sin ley”, dedicada a su compañera de vida, y “Su, me robaste todo”. Acerca de esta última, Miguel amplía: “Es una parábola, una letra encriptada referida al gobierno militar. Yo se la dedico a los 649 caídos en Malvinas. ‘Me mandaste a pelear contra Neptuno en el mar / Su, láser versus boleadoras’. Son letras que alcanzan una significación alucinante. Veo mucha gente joven que se acerca a ese tipo de contenidos a lo largo de los shows. Llamativamente, poderosamente, como una suerte de descubrimiento. Yo tuve distintas facetas en cuarenta años, pero es tremendamente halagador. Me da la sensación de que dimos en el clavo, que era el momento para hacer lo que estamos haciendo”.
Foto de portada: Alejandro Palacios.
Publicado el 30 de julio de 2025 en leonardopez.com.ar.

