En su segunda novela, la autora ausculta el deseo y el oficio de una joven becaria (Sabrina) que se ve espejada en la memoria epistolar de una artista judeo-argentina de los ‘60.
Tamara Tenenbaum publicó su segunda novela, “La última actriz” (Seix Barral, 2024). La obra explora “la identidad femenina a través del tiempo y la memoria”, según dice la sinopsis del libro. Lo curioso es el modo que adopta la periodista y docente en Filosofía: una investigación, tramada por la ficción, de un rincón de la cultura argentina poco visitado como es el teatro idish.
Montaje
“La última actriz” exhibe a una Tamara Tenenbaum solvente en el arco narrativo. Alguien que elige cuándo y dónde espolvorear cada acción. Que, amparada en su estrategia, decide la suerte de los fragmentos: deslizarse como hábiles jugadoras de Hockey sobre la pista de hielo. Con ese timing se paladean los mails formales y urgentes arrebujados en el diario de Sabrina, antesala-espejo de la vida de Jana, actriz de teatro idish de los ‘60.
“Tiene que leerse como un policial”, recomienda Tenenbaum sobre su más reciente producción literaria.
“La novela tiene que leerse como un policial”, recomienda “Doble T”. La autora de “El fin del amor. Querer y coger en el siglo XXI” es consciente de que el género o etiqueta no niega rótulos como el de novela epistolar -en el canon argentino, heredera indiscutible de Manuel Puig-. La cadena de voces y texturas es el combustible del misterio. “Justo cuando estás por enterarte de algo, te cambian el punto de vista y tenés que ver cómo juntás una información”, detalla. “Y lleva a que el espectador, perdón el lector, se ponga en el lugar de Sabrina; que arme el misterio igual que lo arma ella. Como un rompecabezas en un sentido muy clásico”.
Sueños
Policial y epistolar son dos claves de lectura que proporciona Tenenbaum. Dos géneros, dice, que tienen “a la vista los agujeros”. También habla de “una novela muy realista”. En ese continente, advierte, juegan un papel fundamental las composiciones oníricas: los sueños de Sabrina, las pesadillas de Jana. Tales materiales, devela la autora, “habilitan que aparezcan imágenes más raras, como el teatro que se derrumba”. En una novela muy prosaica, “llena de lugares recontra grises”, permite “sacar al lector de la oficina y la computadora”.
Al mismo tiempo, los sueños operan como una llave maestra. “Son una puerta de entrada a las mentes de estas chicas que hablan de sí mismas. Pero tiene que haber una parte de sí mismas que no entienden. En el caso de Jana, es el deseo -tanto sexual como de vivir del teatro-. Para Sabrina, las cosas que no puede decir vienen por el lado de la enfermedad con la que no se quiere meter, pretendiendo que no existe. Además, hay algo que no puede terminar de decir sobre su relación con Gabriel. No se entiende si ella lo quiere o ya no”.
No frena
En el devenir de la obra, Sabrina asiste al desarrollo y ejerce el hábito de la entrevista como catalizadora del deseo. Al respecto, Tamara dice: “Las entrevistas pueden hacer entrar otras voces por un rato. Como las de estos viejos judíos que le cuentan historias de obras que vieron hace 70 años. Desentierran recuerdos que no sabían que tenían. Aunque a veces no se den cuenta, tanto los investigadores como los periodistas están haciendo eso”.
“Me gustan las entrevistas, hacen entrar otras voces en la novela”, apunta la escritora sobre el oficio practicado por Sabrina.
La protagonista no es ajena a la oleada de información que acumula. Su cuerpo toma nota de las vidas prestadas que porta. En el trayecto, se le va formando una ética profesional: resistir y escuchar. En otras palabras, una entrega a la escucha desde el interés. Una forma de metabolizar el mundo. Todo ello configura un desafìo: “Sabrina tiene un discurso interno que no frena, que le cuesta escuchar sin interrumpir”. Eppur si muove.
Obstáculos
“Ser actriz es ser mujer al cuadrado”, piensa Sabrina en la página 40. Situada en el pasado, Jana emboca esa espera constante del llamado en una noción de doble entrada: la de actriz-espectadora.
A medida que transita la vida, Sabrina se anota millas de empoderamiento. “Va encontrando el camino peleándose con ellos”, analiza Tenenbaum aludiendo a Gabriel y Jaim. “Pero también se los agradece. En el fondo, pelearse le da una fuerza y una certeza que no hubiera tenido. Le sirven esos obstáculos”. Para entender qué clase de investigadora quiere ser. Porque “a ella le importa desentrañar un misterio”
También
Al interior del diario de Jana también se teje una red discursiva heterogénea. Corresponde a su amiga Hinde aclarar el objeto de estudio (Sabrina, agradece), es decir, el teatro idish, al que define como “una lengua muerta para un teatro muerto” (2024:82). Otras acepciones, solidarias para el entendimiento, encontraremos a lo largo de la trama: disolución, errancia.
A Tamara -también guionista de teatro y televisión- le hacía ruido un interrogante: ¿Qué sería representar la idea que otros tienen de lo que es ser judío? “En el mundo se habla de política de la identidad. Muchas veces, nuestra comprensión es muy limitada, como si una persona tuviera que ser lo mismo siempre”.
En el judaísmo, continúa, “esto está problematizado desde muy temprano por el miedo permanente a la asimilación. Hace varios años, el judío es percibido como blanco (por supuesto, no lo era en los años ‘30), ya nadie se cambia el apellido. Hay algo del judío que, incluso en un contexto antisemita, puede lograr que no se note que es judío (no es lo mismo que siendo negro, mujer o travesti). Eso hace que haya algo peligroso en el judío porque se puede infiltrar. Por otro lado, es un peligro para él mismo que piensa que, si se infiltra, puede terminar creyendo que no es judío”.
A partir de ello, Tenenbaum comenzó a empaparse del tema con la tesis de la Dra. Ansaldo. “Nosotros no conocemos a los actores del teatro de los años ‘60. Conocemos a los que además hicieron televisión y cine. Pero el actor del teatro pertenece al presente”, introduce. “El teatro judío fue una bocanada de aire para nuestro teatro nacionalista o costumbrista. Fue una de las formas en que las vanguardias europeas ingresaron, convirtiéndolo en el teatro mucho más diverso que es hoy”, desarrolla. Para concluir diciendo: “Lo que sucedió ahí es un cruce inesperado: el teatro argentino también es el teatro judío”. ▪
Publicado el 13 de mayo de 2024 en El Litoral

